Thursday, July 14, 2005

Sutil llegaste a mí o la lógica cultural de los concursos de Belleza

A Carlos Monsivais que también disertó prudente sobre Memín Pinguín, sin endilgarnos al resto de los mexicanos su conocimiento, interés, o pasión por la mentada historieta y su internacionalmente vilipendiada estampilla.

I

Últimamente lo que se escribe por ahí, llama a reflexión. El afán por llevar para el molino propio un poco de celebridad ajena, sobrecoge. De pronto, Según el columnista Sergio Muñoz Bata y tantos otros, que redondean el tema por no dejar, todos los mexicanos adoramos a Memín, Fox no es racista y cualquier niño digno de llamarse tal abrevó de la cultura popular, máxime si ésta se le presentó en forma de cómic o historieta (¡c´mon, puristas, be serious!)Es tal y tan osado el furor nacionalista que nos arrebata que leí, en el mismo embrome del señor Muñoz Bata que llama al líder afro americano, cuya labor política, debiera servirnos de ejemplo, "el autonombrado jefe de una hipotética policía mundial Jesse Jackson". Qué quiso decir Muños Bata, poco importa, lo que sí sale a relucir, es que muchos ocultan el racismo porque representa un espejo al que no están listos para asomarse.

En breve sobre el racismo y sobre la defensa de Memín y la estampilla.

¡Que pare! No hay nada peor, luego de cometer un error, que tratar de cubrirlo a como de lugar con pobres argumentos que no conducen a nada. Ya leímos y escuchamos a los que le corrieron a comprar la estampilla polémica, los que se dieron por heridos de que los afroamericanos se atrviesen a violar la soberanía cultural...

Vaya mi chepita de bronce, de las diantis.

A falta de quintito para ilustrar.

Cierto que la globalidad favoreció sobremanera a los medios de comunicación, por sobre, digamos, los impresos más finoles o la cultura más elaborada. Algunos piensan que es in, súper in, llegarle a lo masivo para que no los tilden de desinformados. Otros, genuinamente, a falta de mejores programas televisivos, acabamos viendo telenovelas en español. Pretextos sobran: llegamos cansados del trabajo, no son mejores las telenovelas en inglés, preferimos la lágrima escénica que las imágenes sórdidas también escenificadas por los noticieros… Pero de ahí a decir que la telenovela nos nutrió de adultos y que los cómics nos nutrieron de niños. ¡Porfas!

Imagínense que dijésemos, Ave María Purísima, que los gansitos y los pingüinos nos alimentaron de peques, vaya, que igual pasó con los chicharrones de puerco o las frutas chilositas de los puestos –toda vez que fuesen, éstas, frutas. Que crecimos gracias a los carbohidratos de sabritas y sabritones; que nuestros cuerpos se deben a la magia alimentaria de las chaparritas del Naranjo. ¡No pues! Pero si somos la cultura que monopoliza, con mucho el caldo de pollo, los frijolitos que no faltan, los guisos que luego obligan a chuparse los dedos. Nuestras mamaces (mamás) abnegadísimas se cansaron de advertirnos que no fuésemos a quitarnos el hambre afuera y llegar, así, a casa a comer sano, sanísimo, verduras lavadas tres veces, suculentísimas comidas complementadas con el postre de nata, el flan o el arrocito de leche y con agüita de horchata, de jamaica, de limón, con y sin cáscara.

El nacionalismo a ultranza es primo hermano de la megalomanía y del arte de hablar de lo que sea, donde sea, lo que se nos ocurra, sin ningún dejo de realidad, sólo para quedar bien parados, por boca propia. Ojalá que quienes de pronto resultaron apasionados de la cultura popular aquilatasen también los globos que pueblan mi niñez del ingenio fabuloso de sus manos creadoras. Que porreen, a voz en cuello, a las hermosas trajineras, con sus arreglos de flores únicos en el mundo. Adoré entonces y atesoro hoy las procesiones de Mixquic, la Guelaguetza, los bailables y trajes tradicionales de prácticamente todo el país. Pero el ingenio de Yolanda Vargas Dulché o de Corín Tellado, francamente, me resultan si no secundarios, sí absolutamente intrascendentes, en particular durante mi niñez. Cualquiera que diga que aprendió a leer gracias a las historietas demerita el valor de sus maestros y del orgullo familiar por la escuela, dos piezas grandes de la historia reciente de la educación en México. ¡Cuánto habrían ofendido tan sobradas sinrazones a la maestra Caridad o a la maestra Autrique; a los tan recordados profesor Altamirano y Guerrero. A la señorita Licha, encargada de sacarnos de la mochila todo lo que fuese ajeno a nuestra educación. Desde estos tiempos, no podría imaginar a la maestra Irma Ramos o Martha Jasso aconsejando a sus pupilos que tomasen ejemplo del chavo del ocho, por más que éste fuese mundialmente popularísimo.

En México las familias invierten, aún hoy, pese a Vicente Fox, en colecciones de libros. El libro de oro de los niños, es ejemplo de esto. Sus tomos se compraron de uno a uno y llegaron a nuestras bibliotecas, modesta que esta fuera, para deleite de quienes se atrevieron a ensuciarlos con sus manos pegajosas de dulce. Las casas mexicanas más humildes se han preciado, desde siempre, de iniciar a sus niños pequeños a la lectura. El vendedor de Océano puebla las calles, codo a codo, con quien vende licuadoras, enseres, escobas, chucherías, vendiendo libros a plazos. Todavía nadie ha tocado a mi puerta en Estados Unidos, donde el libro en verdad no es popular, para venderme un atlas o un Quijote para niños. Ser pobre no cancela los afanes de superación. Una cosa es que nos guste la música popular, los ritmos guapachosos y otra, muy distinta, es que iniciemos a nuestros hijos en la música o en la cultura con telenovelas y fiestas gruperronas. El percibir así a los protagonistas de la cultura popular en México es no haber entendido nada.

Cuando se dice algo así, los estadounidenses, por ejemplo, imaginan que en las casas de México se aspira a ser músico estilo Los Temerarios y no Manuel M. Ponce. Que los niños nuestros no distinguen entre leer a Memín y leer a Cervantes. Que en las escuelas nuestras los silabarios recitan los parlamentos de Rubí y de Yesenia. Tanta alusión grosera nos vuelve exóticos a ojos fuereños… exóticos e ignorantes. No hace mucho, cuando comenté en una conferencia que los niños zacatecanos caminan cuatro y cinco millas para llegar a una escuela, a más de una maestra se le cayó el estereotipo de que los niños mexicanos no quieren estudiar. En Zacatecas los autodidactas comercian con partituras, con libros, con obras de arte. La falta de comunicación incita la búsquedad de lo que se atesora. En poblados remotos colocan los periódicos, símbolo de lectura, sobre los muros para acceso de todos. Cuando el periódico llega a cuentagotas, se le encarga en la caseta de la carretera o en algún tendajón céntrico. Con los libros es igual. Se les presta mediante prenda para que vuelvan a quien los deja leer. Las bibliotecas son visitadas por cientos. Si sólo hacy cien el pueblo, el índice per cápita de lectura es meteórico.

Cierto que el drama socioeconómico mantiene a muchos fuera de las aulas, pero el anhelo de todo mexicano es ver a su hijo educarse. Cuando lo obvia o lo abandona es porque la pobreza se lo impone. La educación gratuita y para todos fue un logro de nuestra nación (no de nuestros políticos) y ocurrió a principio del siglo veinte y no con la primera piedra de los caciques de la comunidad. Como demanda popular venía escuchándose desde los tiempos del virreinato.

En el mundo mexica la escuela, estratificada y elitista como la de ahora, existía para pocos. Pero la cultura oral era la fuente del saber que se instrumentaba a diario en la convivencia de padres a hijos e hijas, de madres a hijos e hijas. Un objeto preciado para los aztecas, junto con las plumas de quetzal y el chocolate era el papel. Las resmas de papel del mundo tenochca hablan de una cultura de artistas, de dibujantes, de escribanos. Hoy vemos los códices aztecas como reliquias. Pero en aquellos tiempos fueron objetos populares y útiles. Los poetas eran tratados como dioses. En el mundo antiguo mexicano, del que sí abrevan nuestros niños, la cultura era parte de la vida.

En Nueva España hubo lugar a que se castigase con la censura a quienes intentaban leer los primeros libros impresos. Hay todo un espectro de la cultura popular que difunde las ideas filosóficas en folletines u hojas volantes. El corrido, es digno de estudio sociológico, por dar voz a quienes de otro modo habrían escrito libros de historia acerca de sus comunidades. Los cantos, el arte, las tradiciones religiosas son conocidas gracias al celo con que fueron recitadas, para algunos frailes curiosos, así Fray Bernardino de Sahagún, por gente común del mundo mexicano. Degradar a la cultura popular en la insustanciosa producción comercial que vende es un atropello insólito. Reducirla al script vacuo de la caricatura de un niño, de la raza que sea, es estulto y barato.

II

Sutil, llegaste a mí, como una tentación.

Me gustaría decirles que el título de esta entrega me lo dio el célebre y melódico bolero, pero no. Lo pepené en mi lectura diaria de cosas que, por lo bajo, nos azoran.

Esta vez, el plato fuerte de mi lectura se lo lleva el director de cultura de Zacatecas, el médico veterinario y zootecnista David Eduardo Rivera Salinas, con sendas páginas dedicadas nada menos que a su agenda, o digamos, a lo mejor de su labor de director de cultura de Zacatecas, cuna del pasado histórico de México.

Sucede que ayer se llevó consigo a la prensa a fin de hacer constar, para la posteridad, la memoria de su apretada agenda. Tal vez para mover las aguas a su modo ante la amenaza, ya en corrillos, de que habrá cambios en el gabinete.

De mañanita celebró Rivera las secretarias de su dependencia, en desayuno oficial por su día. Curioso que no se hubiere consignado "secretarios" puesto que los hay, de género masculino, en esa dependencia de gobierno. De tardecita, las señoritas Nuestra Belleza Zacatecas, que ya se acercan a la recta final de ese concurso de lesa cultura, lo rodearon y abrevaron de sus sabios consejos.

Un detalle me interesó. ¿Cuántos ejemplares de Sutil llegaste a mí, de la autora Norma Brown obsequió el funcionario a sus mujeres obsequiadas? No lo sabemos, pues la prensa solo dijo que se los obsequió, a todas al parejo.

Un ejemplar para cada señorita y uno para cada secretaria son un montón de ejemplares para un libro, si no desconocido, sí por lo menos sospechosamente adquirido al por mayor por este capo de la cultura de su estado.

Un poco de historia. El 11 de abril pasado se presentó, la misma noche que el de Julia Tuñón, Mujer en México, Sutil llegaste a mí, de la autora Norma Brown, con comentario de Mónica Ley y Gabriel Rodríguez Piña (a quienes no conozco). El de Julia en el museo Felguérez, el de la Brown, en el Ex Templo de San Agustín, ambos con unos minutos de diferencia. Tuñón, eminencia en su género, queda justificada en un evento que patrocinó el Instituto de la Mujer Zacatecana (INMUZA). Concedo a Norma, a quien debo decir que no conozco, el que su libro pueda ser bueno. Tengo, no obstante, muchas preguntas, mismas que me atrevo a hacer, desde mi tribuna pública, tan sólo para no dejar cabitos sueltos.

¿Tan arrobadora fue la propuesta de Sutil llegaste a mí que el señor Rivera se vio compelido a ordenar todos los ejemplares de la señora o señorita Brown para después obsequiarlos?

¿Compró acaso un número alto de ejemplares de ambos, el de mi colega y amiga, Julia Muñón y el de Brown, quedando resagados en su haber los de la autora menos conocida de las dos, mismos que ahora regala como panes?

¿Adquirió los volúmenes de su bolsillo, precavido que es y regalón, tanto que tiene un banco de libros a su disposición, en algún closet de su casa, solo por si se ofrece?

¿Adquirió los volúmenes a nombre del Instituto, en cuyo caso no consultó a nadie sobre la dicha adquisición de modo que promueve, a guisa de autoridad literaria o crítica, el libro que a él personalmente le gusta?

¿Hay mensaje para las señoritas Belleza o para las secretarias? ¿Es el mensaje que llegaron sutiles a su vida? ¿Es el mensaje que le gustaría que así llegasen a futuro?

¿Por qué promueve a Brown con tanto afán el director de marras, cuando podría promover, digamos, a Severino Salazar, a Sigifredo Esquivel, a Mónica Romo. Y qué tiene Brown que no tengan otros escritores?

¿No tendría igual efecto, por ejemplo, que obsequiase muestra surtida de libros, uno distinto o por lo menos cinco variedades de libros por grupo, dando oportunidad así a dar salida a libros de otros autores como Luis Medina, Marco Casillas, Guadalupe Dávalos, incluso los cuadernos de María Eugenia Márquez, cuyos volúmenes se empolvan en los pasillos y cubículos del Instituto de Cultura?

¿Por qué al regalar el libro la aclaratoria a las señoritas de que “lo lean”? Cosa que hace, dicho sea de paso, sospechosa su adquisición en grueso.

¿Quiere decir que lo lean, porque muchos lo han dejado de leer en sus primeras páginas? ¿Que lo lean aunque sea malo, puesto que su mensaje vale la mala calidad de sus formas? ¿Que lo lean porque él lo recomienda, y por esa razón lo compró al por mayor, para así compartir su deleite con todo aquel a quien le toque recibir obsequio de sus manos?

¿Por qué, si huelga el presupuesto para obsequiar libros no regala los clásicos del Fondo de Cultura, al por mayor, a niños y lectores potenciales, sean o no sus mujeres secretarias o las competidoras por una corona de belleza?

¿No sería mejor, si duda de que lean, que obsequie los tales libros a lectores de verdad, como los estudiantes de letras o los participantes de talleres de lectura del instituto y que a las señoritas y secretarias les obsequie una fuente, una mascada, una pluma, un dije?

¿Donó Norma Brown todos sus ejemplares para la causa pública, y por eso el mérito de llevarla y traerla con el consabido esfuerzo publicitario que condicionó, mediante previa negociación del boletín, que se nombrara a la autora del libro que él regalaba? ¿Fue Norma, acaso, en golpe pulicitario maestro, la patrocinadora de ese boletín?

¿Podría donarme un ejemplar para que me desdiga de lo aquí dicho y admire yo también, como él señor veterinario, las tremendas dotes de Sutil llegaste a mí?


Ojalá que a Andrés Manuel López Obrador se le ocurriese regalar a los abuelitos (millones de ellos), por ejemplo, las novelas de Silvia Molina o de Cristina Rivera. Un gesto así sería suficiente para agotar el remanente de un tiraje. Que todos los políticos de hoy se paren el cuello con obra literaria, obsequiando del lado que sea las obras completas de Juan Rulfo, de Mauricio Magdaleno, de Amparo Dávila, tal vez produciría una demanda insólita de tales obras agotadas.

Pero no. Por ahora Norma Brown es, la best seller del momento en Zacatecas. Esperemos que lean su libro, los regalados. Esperamos también que nos comente, alguno, tanto deleite en impreso. Como para que nosotros también hagamos nuestro encargo por docena (eso sin contemplar que por docena, todo sale más barato; o que tal vez Norma Brown nos ofrezca comisión sobre la compra en volúmen o remuneración por cada donativo.)

La receta:

Leer es un portento. Las palabras son fuente de imágenes que uno lleva en el corazón. Sin proyector, sin cámara, sin más tecnología que la memoria, las palabras evocan, representan, dan vida, color, diensión, textura. Leer es la mejor manera de vivir la pasión y el conocimiento cual sacados de una chistera mágica.

Ojalá que se indujera como nunca a las señoritas Belleza a leer, para que no se perciban a sí mismas en esa noria material y soez de cuerpos sin cabeza (como representaban los aztecas a quienes no eran llamados a pensar)o de secretarias, con tan solo esa meta por finalidad, marca, ciclo fatal. Leer abre puertas, futuros, horizontes.

Que la gobernadora Amalia García done libros, en grande, para así merecer la mención que acaba de hacerle la ONU a Zacatecas, de líder en la labor de desarrollar lo humano. No voy tan lejos como sugerir que se acaben las ferias, las charredas o los concursos de belleza, pero sí, que sea mínimo el esfuerzo que se perciba, por parte del gobierno, para darle "un vuelco" a la cultura y promover actividades que engrandezcan el espíritu, que nos muestren más inclinados al arte, a la sensibilidad, al desarrollo de lo humano. Que no hay nada más humano que el espíritu ni labor más elevada que la cultura, eso sí.

Y al leer, hacedlo frente al mar, en la sombra apacible de un jardín o bajo un árbol. En la cama, echados sobre el propósito que sea esa nuestra urgencia, así el mundo dé varias vueltas mientras leemos, leemos, leemos, Verdi de fondo (por lo menos).

Colofoncito:

¡Por favor, pellízquenme para saber que no me he perido de Sutil llegaste a mí o que no está ya nominada Norma Brown para futura Premio Nobel de la Literatura!

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