Wednesday, July 13, 2005

¡Por correo no voto yo, no señor!



Las boletas postales en los Estados Unidos, cuyo modelo acaso haya podido inspirar a los veleidosos hacedores de las leyes electorales en México, se conocen también como votos ausentes.
Con los avances tecnológicos de Estados Unidos, su medición sirve de pauta para saber qué pasará en la elección a la que se adelantan, por cuestión de plazos.
Pero aún en estas geografías, la seguridad de su conteo dejó de ser infalible –cuando la primera elección de George Bush Jr.- Acá, en la actualidad, los votos postales generan una gran desconfianza. Se les percibe como manipulables, de poco fiar.
En el ritual democrático nada sustituye la ceremonia de acudir a las urnas y, en privado, al resguardo de toda influencia posible, emitir el voto propio. En las últimas elecciones ascendían a quince millones los votantes postales. La desconfianza por el conteo acertado de esos sufragios fue tal que, en la jerga popular, se alude todavía a ellos levantando, cuando menos, una ceja.

No obstante el gran prestigio que todavía tiene el correo, a pesar de su lentitud –para muchos fuera de Estados Unidos resultaría irrisorio que llame lento al correo que toma de uno a tres días hábiles en llegar de un lado al otro del país- se le considera un medio ineficiente como capturador de votos.
Si se le condona de algún modo como tal es por la necesidad del que está lejos o el que se ve de otro modo imposiblitado de acudir a las urnas, nada más.

Hay que reconocer, sin embargo, que el correo opera con efectividad en Estados Unidos. A cabal seriedad puede decirse de él que es puntual y seguro, salvo en algunas grandes ciudades donde, como cualquier otra actividad, ha sido preso de las más ingeniosas técnicas de fraude.
A mi buzón, lo administra un diligente postmaster (maestro o señor postal)que conoce a todos los destinatarios de su ruta por nombre y apellido. Su memoria prodigiosa le ayuda a destacarse en su oficio. Con ceremonia y habilidad insólitas maneja nuestra correspondencia. Si hay errores, se asume sin lugar a dudas que hubo un suplente.

De tal burocracia postal, organizada y eficiente, se benefician los votantes militares, empleados –casi todos a nivel ejecutivo- de compañías transnacionales y personal diplomático, destacados a prácticamente todo el mundo. También votan por correo quienes por causa de fuerza mayor no pueden hacerlo en persona. Hay muchas razones para echar mano del servicio postal al sufragar; la enfermedad o la edad avanzada son las principales.
La solicitud para emitir el sufragio vía air mail se hace con suficiente antelación y se recibe, por ese mismo medio, la papelería necesaria para cumplir con el deber cívico.
El correo ayuda a los votantes a no abstenerse, literalmente, por nada del mundo. Contextualizado, el voto por correo es la herramienta lógica de un sistema que casi todo lo facilita, en franca oposición con otros sitios del planeta donde lo opuesto es segunda naturaleza. Así, desgraciadamente, en México, donde en verdad no hay gestión o asunto para el que no parezca que todo cuanto se hace tiene por objetivo único dificultarlo.


Abordemos, nada más por deporte, la credibilidad y eficiencia del correo mexicano

Hay que notar, antes que nada, que el gobierno de México no tiene la menor idea de cuántos votos habla, al establecer el que juzga un innovador sistema de sufragio por correo.
El número de votantes al que alude, con frecuencia no coincide con cifras realistas. Se dice oficialmente que es 14% de los votantes de allá y ya luego se habla de 4 millones de sufragios.
Obvian quizás, las autoridades mexicanas, que en algunos estados, donde los migrantes rebasan el cincuenta por ciento de su población, votar por correo significaría una auténtica avalancha de votos.

En 2000, la afluencia inesperada de votantes fronterizos llevó a que se quedaran sin boletas las casillas de las ciudades a las que acudieron los migrantes en esa lid. Fue tan avasallador el asunto que no se quiso repetir la faena.
Aún yéndonos con la cifra moderada de 4 millones para calcular el tremendo desmolote que producirían los votantes ausentes, imaginamos con realismo que no sería viable tal sistema que redundará, a no dudarlo, en un apilamiento tal de votos que no será posible distribuir con eficiencia y, menos aún, con puntualidad.

He aquí los pormenores vagos con que ha quedado establecida la norma:

Los emigrantes mexicanos que quieran ejercer su derecho al voto deberán cumplir con los requisitos oficiales para solicitarle al Instituto Federal Electoral (IFE) por escrito, su inscripción al listado nominal. Además, tendrán que hacer llegar a México la dirección de un domicilio [sic] a donde se le enviará el correo certificado con la boleta (papeleta) electoral que, después del voto, deberá ser devuelta al IFE.

Los interesados tendrán la obligación de enviar la solicitud entre el 1 de octubre del año previo a la elección hasta el 15 de enero del año de la elección. No se aceptarán solicitudes enviadas después del 15 de enero del año de elección y se avisará a quienes haya intentado registrarse de manera tardía.

La responsabilidad de la organización del voto foráneo estará a cargo únicamente del IFE. No obstante, el Instituto contará con el apoyo del Servicio Postal Mexicano y con la colaboración de las secretarías de Relaciones Exteriores, de Comunicaciones y Transportes.


Sin entrar en los increíbles vericuetos que entraña una gestoría del IFE –ya rebasado con su labor propia- en coordinación necesaria con tres grandes estrellas del tortuguismo burocrático -el Servicio Postal Mexicano, la Secretaría de Relaciones Exteriores y la de Comunicaciones y Transportes- en tan solo el año que resta para la próxima votación presidencial, echemos una mirada al desprestigio con que cuenta el correo en nuestros corazones de mexicanos incrédulos y desencantados con el gobierno al que habría lugar a derrocar mediante nuestro histórico voto.

Al correo en México se le nombra de varios modos: Mula de correo, tren lento, la vía pedestre, la tortuga, el lento, a secas.
No hay en todo el país, además, quien confíe en la limpieza o eficiencia de ese servicio.
Se sabe, con resignación, que llega abierto, manoseado, ultrajado de mil modos en su largo camino hacia quien lo recibe.
A buen resguardo del correo suelen perderse dinero, datos confidenciales, fotografías, tarjetas y hasta las mismas cartas.
El fraude es tal que ni siquiera se responde ya. En el mismo correo advierten de su peligrosidad, los propios empleados que se supone deben cuidar con celo la correspondencia ajena. No mande tal o cual es la sentencia brutal ¡nada asegura o garantiza el correo mexicano! La entrega inmediata, el correo registrado, las cartas nocturnas, todos son presa de la lentitud más absoluta, cuando no del fraude, el saqueo o la desaparición.

En Navidad, quien todavía envía tarjetas sabe que se atiene a una suerte muy semejante a la de la lotería para que éstas lleguen a sus respectivos destinatarios. Conocí una persona que recibió en junio una tarjeta navideña. Ah, pensó, alguien que se pasó de precavido. Nada, nada, el remitente había enviado sus felicitaciones en noviembre, dos años anteriores a la fecha en que su envío alcanzaba, por fin su destino.

Tanto en Europa como en Estados Unidos las oficinas postales alertan a los usuarios a no esperar nada del correo mexicano. Impredecible, se le etiqueta en California, donde a menudo se aconseja no enviar nada sino cartas personales no urgentes, por esa vía.

El correo mexicano, además, es objeto de la más descarada censura. El minucioso recuento que hizo Ricardo Flores Magón en su diario, a principios del siglo XX, acerca de cómo un cónsul mexicano, en persona, revisaba a cabal minuciosidad toda su correspondencia es prueba espeluznante de dicha tradición.
Las persecuciones caciquiles en todo el territorio no se reducen al correo, pero el correo es su expresión más infamante.
El mito del correo es lo que más bien priva en México, donde este medio no es ni puntual ni eficiente ni menos seguro y privado cual debiera.

Ocurre o la ley de la chiripa vía servicio postal

Hace años, pasé un día entero en una oficina de correos en Tijuana, la ciudad fronteriza más cercana a mí. Me tocó hacer una cola de más de tres horas. Iba yo a hacer efectivo un giro postal enviado desde Culiacán a “Ocurre” término familiar que se emplea para aludir a “la lista de correos”. Esperé y esperé, más impaciente que juiciosa. Al llegar a unas diez o doce personas del mostrador me proporcionaron la tal lista, físicamente un legajo de nombres que consistía en más de cien hojas tan viejas y trasegadas que uno juraría, sólo de verlo, que no se actualizaba con mucha frecuencia.
Busqué mi nombre en la B, sin éxito ni esperanza. Luego de Ballesteros saltaba a Bravo. Casi estaba por decidir que me iría, frustrada, sin el giro, cuando la persona de atrás de mí “ocurrió” en parecido desatino. Hacer la cola para nada, compartimos, pero ella, insistente, anunció que llegaría a su final para exigirle al empleado le dijese por qué no aparecía su nombre. Sin mucha lógica, hice eco de aquel cometido. Decidí, yo también, reclamar la omisión de mi nombre en la b.

No me equivoqué. Me tocó a mí abrirle paso con la artillería que de por sí me caracteriza a la mujer que me inició en semejantes afanes. “Oiga, me enviaron un giro”, me escuché decir mientras me interrumpía uno de más atrás inquiriendo por alguna otra cosa… “me enviaron un giro”, retomé, “pero no aparezco en esta lista”.
Levantando los hombros, aquel empleado iba a desafanarse de mí, cuando mi solidaria compañera de luchas entró al quite. “Falta mi nombre también. Es que no la actualizan. Nomás nos pasan las viejas listas…”
A favor del empleado imaginé lo difícil que sería recuperar los giros que no aparecían, así fuese por negligencia. ¿Cómo harían? Para mi sorpresa, la solución era menos insólita de cuanto pude imaginar en pocos segundos.
“A ver”, me arrebató el legajo tildado de incompleto yéndose a otras letras, en busca de mi nombre. Supuse que buscaba la V de Bolívar, pero no quise corregirlo. Al cabo de unos minutos y varios folios me dijo. “¿Cuánto espera?” Proferí la cantidad con desgano, sin entender.
“Aquí está” dijo sonriente y socarrón. Es que no saben buscar. “¿Cómo?” Pregunté incrédula, al tiempo en que me mostraba mi nombre sin la B. María Dolores Olivar. ¡De plano!

Lo divertido no llegaba todavía. Al momento de recibir el dinero un nuevo obstáculo se interpuso. “¡Ah!”, suspiró con naturalidad el comedido empleado. No puedo expedir constancia a nombre de María Dolores Bolivar, porque usted no es María Dolores Olivar.
A ese punto mi entrenadora, ya impaciente porque no le llegaba el turno por mi culpa, sugirió que le agregara la B, así nomás. “No puedo”, aseveraba el diligente señor. “Qué tal que luego viene la señora Olivar y reclama el mismo giro, ella también”. A ese punto me encontraba ya dispuesta a mandar todo a volar cuando la solución se presentó, simple, a mis oídos azorados.
Hay una manera. Si usted firma un parte que yo le voy a dar y nos deja la copia de su identificación y un comprobante de domicilio, podremos expedirle el monto del envío.
Vaya mi admiración para esa gente, incluido mi ex marido, que confía en el ocurre y las listas de correos. Supongo pertenecen a una estirpe de confiados o de pueblerinos o de cándidos usuarios del correo postal, o los tres, irremisiblemente.

El contratiempo aquel no volvió a repetirse para mí en al tumultuosa Tijuana. Al dejar aquel antiguo edificio, juré – y lo cumplí- que nunca volvería. Ninguna renta de manutención valía mi día, sanseacabó con el correo y el exmarido.

Optimismo desmedido o malinchismo sin culpas

La modalidad del voto por correo requiere de un servicio postal eficiente, puntual, internacional o, de menos, intercontinental. Ante la disyuntiva de creerles a los medios electrónicos o confiar en los tradicionales, al parecer, lo segundo ganó, virtud de que la ciencia se ha convertido en la más temible sospechosa de prácticamente todo.
Mi pregunta va ¿si no se confía en el correo electrónico, casi instantáneo, en la valija diplomática o sus respectivos empleados, en los servicios aéreos y terrestres de mensajería privada, por qué confiar en el correo tradicional, desprestigiado, lento y rebasado por la globalidad?

Optimismo desmedido, seguramente. Yo, al menos, no quiero imaginarme la de árboles y combustible y gastos de personal que generará la aventura de allegarse de los votos por correo, desde el extranjero. Todo esto, sin contar con que el número real puede multiplicarse descomunal, bárbaro…

¡La historia dirá el resto!

Mientras preparaba este escrito recibí un sinnúmero de anécdotas que desprestigian aún más al correo mexicano. Vayan algunas.

Las direcciones no existen, puesto que no tienen nombre ni número muchas calles o casas.

Los carteros, cuando se cansan, colocan el excedente de su lote de cartas por entregar, en el basurero más cercano.

La tardanza del correo es tal que con frecuencia excede los meses y hasta el año.


Está tan difundida la ineficiencia del correo que los carteros optan por dejar las cartas enviadas en direcciones cuyo parecido hace pensar que pueda el remitente haberse equivocado. Se las deja también con el vecino, o con quien se coincide en la puerta del destinatario. “¡Ay se lo encargo!


NO quiero parecer en exceso malinchista o pesimista al avanzar todos estos inconvenientes que auguran el fracaso en la captura de votos de migrantes. Me dirán, los más patriotas y apegados al deber cívico que hablo de cosas inconexas. ¡Será! Pero el correo existe en mar revuelto, o lo es en sí mismo, de aguas picadas y sumamemnte peligrosas para algo tan frágil como el manejo de sufragios cuya administración, bien lo dice la consigna incial, solo debe manejar el IFE.

Y que conste que no hablé sino de la ineficiencia del correo. Para otra les debo la intención de incidir en los resultados finales de una votación o de impedir que sufraguen quienes se consideran opuestos a los designios de tal o cual partido.

Uy, uy, uy, si el carrusel o la urnita embarazada se verían desplazadas como muestras de ingenio para el fraude electoral en estas nuevas topografías del voto por correo. Cuántos buzones no habrán de adelgazar o engordar a ultranza. Cuantos sobres no se verán adulterados por el azar, la circunstancia, los miles de billetes que fluirán en dirección de varios millones de votantes cuyo voto se buscará llevar para varios, ávidos molinos... ¿O no?

Yo por si acaso adelanto que no votaré, no por correo, no señor.

Alternativas viables para el voto de mexicanos en el extranjero:

Urnas y personal destacado para el propósito en las embajadas y consulados.

Un sistema electrónico monitoreado debidamente y cotejado con un padrón electoral confiable.

Registros especiales de valijas instauradas para el transporte eficiente de votos, como se hace en los lugares remotos, desde ya adelanto que sin mucha eficiencia.


Colofón 1:

Ningún sistema resulta eficiente cuando se ve rebasado por los números.


Colofón 2:

Ningún padrón resulta eficiente cuando la gente no confía en quien lo realiza.


Mi eufemismo preferido:

El padrón electoral.


La expresión del milenio:

Ser rasurado del padrón.

Ojo, no es albur, significa que las autoridades eliminan de ese modo a posibles adversarios.

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