Monday, October 31, 2005

Candidatos de a dedazo

En la era del dedazo virtual...
Cuando era niña los dedos de los funcionarios tenían vida independiente. Movió el índice, se decía de quien acababa de dar una orden. El pulgarcito era el dedo flaco, en el sentido de flaqueza. Cuando se levanta el pulgar, todavía, se expone cierta falta de hombría, de echadez para delante. Echao para delante, denominan los machos a quienes se avientan al ruedo o enfrentan el peligro sin titubear.

"En mi meñique" se dice de quienes están en tus manos. Mover el meñique o el pulgar implica poner orden o dictar sentencia. Ni se diga de la prominencia natural del dedo anular. El dedo del casorio, casi siempre arreglado entre la pudientada. Terroba, llevaba por apellido un conocido mío a cuyas nupcias apostó su futuro político. Una vez realizado el esponsal uno creía notar un anillo de compromiso imaginario en el dedo de Terroba. "Se va a casar..." -llenábanse en aclaraciones quienes sabían de la notoriedad de la desposada. Y él, sabedor de los privilegios que da el poder, mostraba el dedo, igualitito que una novia entusiasmada con el futuro acontecimiento.




No en vano crecimos con la imagen mórbida de la mano de Alvaro Obregón. Obregón intentó suicidarse después de perder su brazo, pero lo hizo con una bala sin cartucho. Desde el costado izquierdo de su universo recibió esta estruendo de aire que lo marcó con una vida de poder de la que ni él mismo se habría podido liberar. En La Bombilla permaneció su mano, en formol, los cinco dedos flotando bajo una película transparente. Su vida fue como el final de una película de horror que habría tenido cierta línea chusca. Ahí quedó, eternizado sobre el plato de mole luego de recibir tres tiros en el rostro. Los dedos que apuntaron hacia una prolongada dictadura "de a dedazo" permanecieron separados de su cuerpo.

Las madres de mis tiempos enseñaban a sus hijos a no apuntar a nadie. "No señales" -decían- en el nombre de Dios. Señalar en una iglesia conllevaba una falta mayor. Señalar, ¡uffff!... los de mi generación habrían debido de guardarse el dedo, si los regaños maternales hubiesen sido del todo eficientes.

Gobernó con el dedo

Luis Echeverría gobernó con el dedo. Lo colocaba junto a su nariz en gesto de reflexividad. Lo mantenía a la mano, listo. Cuando era menester lo apuntaba, lo hacía girar en rondanitas levísimas para advertir a sus acompañantes que había algo que hacer o decir. Recto, en dirección a sí mismo, lo levantaba para advertir que la jornada había terminado. Aquel patriarca, el último de una casta que se acabó a sí misma a fuerza de traiciones, tuvo tal poder que gobernó al país con uno solo de sus veinte dedos.

Después, giraba el índice; momento, lo suspendía en el aire, inmóvil; espere, no se me alborote, lo sacudía apresurado, en dirección del suelo. Cada gesto del índice significaba algo, para alguien. El código era tan sutil y detallado que fue requiriendo de la elaboración de un sesudo manual interpretativo. "Se le conoce el genio por el dedo" -debió decirse cuando aquel hombre de mando activaba su dedo apuntador.

Vuelta de tuerca

Apreciamos en la sensibilidad de los dichos populares una sabiduría ancestral insustituible. Pero nada como algo que nos resulta imposible de evitar, como el dicho aquel de que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen.

Mi pregunta es: ¿qué karma pagamos los mexicanos para merecer los gobiernos que tenemos? ¿Cómo revertir ese karma trágico y comenzar a darnos gobiernos ordinarios, grises, que no corruptos y espectaculares o espectaculares de tan corruptos?
Bueno, bueno, no siempre hay respuestas.
Por lo pronto nos lamentamos del desinterés que han mostrado las comunidades en el extranjero por votar.
Les diré lo que recogí entre las personas que entrevisté al respecto.

Marcela, oriunda de Morelia, me dijo sin siquiera pensarlo. "No me interesa votar. No me interesaba cuando vivía allá, menos lo haría ahora. Estoy segura que los gobernantes no van a dejar de ser corruptos porque yo vote o porque yo exprese mi opinión. México, amiga, simplemente, no tiene remedio.

Rocío, trabajadora de una fábrica de empaques, me dijo que no iría a votar porque simplemente no le interesa. "No tengo ni tiempo ni ganas". En verdad que no creo que a nadie le interese mi opinión. Este año me traigo a mi hermana de Puebla y con ella estará acá toda la familia. La verdad es que nosotros no pensamos volver.

Margarita, que vivió varios años en Oaxaca, después de haber estado aquí diez, me comentó que todo lo que vivió en su tierra era tan desagradable que no votaría, tan solo porque piensa que "los políticos solo quieren usar a los migrantes para sacar ventaja".

Mi caso personal no varía de las voces que aquí presento. Yo, que aún tengo mi tarjeta de votante válida, pienso que votar sería como traicionarme a mí misma. Primero, porque tendría que elegir entre los candidatos cuya candidatura yo sé que no fue una decisión democrática. Luego, porque votaría con desilusión, por el menos malo de los que se presenten. Tercero porque veo con tristeza que ninguno de los candidatos presenta una plataforma política realista y pensada para el bien de la gente común, sino calculada para atraer votantes como quien atrae clientes hacia un objeto de consumo. Sus asesores seguramente serán expertos en publicidad y no en economía o sociología política; invertirán millones de pesos en "imagen", sabedores de que sin esas inversiones sus tristes existencias serían tan anodinas a los más y tan ajenas, que "sus gallos" no podrían aspirar ni a ser el representante de su cuadra o de su colonia.
Democracia de gallos, la de mi país no me parece una a la que se la pueda considerar sana, vital, democrática.
En lugar de eso hay un rechazo por todo tipo de crítica, de reflexión, de revisión de los valores propios y ajenos al interior de la patria.
Por esa causa yo no voto, no, no, no, ni aunque me tilden de malinchista, de mala ciudadana y peor...

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