Monday, January 01, 2007

¡Ay mis títulos!

No critiques en los demás lo que no estés dispuesto a criticar en ti... (De las certeras consejas)

Mucho es el resquemor que genera el tener o no tener títulos. Por eso, Ruda, me propuse este fin de año sacar el mío del clóset, desenpolvarlo y ponerlo en un marco cuyo valor, con mucho, excede cualquier pretensión de quien no quiera ver lo que a la vista he puesto, para miradas curiosas.

Un detalle olvidé... de títulos está pavimentado el camino al infierno... aquí y en México. ¿O no?

Así que yo a menudo reconvierto el mío, en las profundidades más sensibles de mi espíritu... en lo que es, un pedazo de papel que simboliza nuestra pertenencia al club restringido de una décima de uno por ciento de la población de mi país de residencia (tengo miedo de explorar las estadísticas de México entre las sagradísimas esferas del Sistema Nacional de Investigadores).

Y ahora a los títulos ajenos

El primer título que quiero ensalzar es el del miembro proveedor de la pareja real. Cierto es que estudiaron ambos, profe y alumna, eso nadie lo duda. Pero las precisiones no estarían de más, a buen tiempo. La información vigente con respecto al varón de esa pareja que hoy nos llama es la siguiente:

"Es abogado egresado de la Escuela Libre de Derecho con maestría en Economía por el Instituto Tecnológico Autónomo de México, y en Administración Pública por la Universidad de Harvard."
(Página electrónica del Gobierno de México)

Y bueno, aquí el título (en singular) se nos convierte en tres: Uno, el de derecho, que supongo que incluye cuatro o cinco años de licenciatura en la materia (como se estila en México y a diferencia de los 10 que requiere el ingreso a la barra de abogados en EEUU). El segundo de Economía en el ITAM, a nivel de mastría (no sabemos si concluso). El tercero, el más impresionante, viene de Harvard, de la escuela de Administración Pública John F. Kennedy.

Investigué el tercero, al azar. El que habría cursado nuestro primo mandatario se trata de un programa de estudios pensado para captar a los especialistas en diversos campos que hayan trabajado lejos de una universidad por muchos años, entre 7 y 15, de ahí su título "Mid-Career". Consiste en un año de estudios que culmina con un certificado.

Otras maestrías, de más valor académico, aunque no sean de Harvard, incluyen programas formales de estudio y una tesis publicada por la misma universidad. Su duración, poco atractiva para los políticos mexicanos, dos a cuatro años. La del señor Calderón no es de largo aliento, sino la anual, de cursos seminarios en políticas y asuntos internacionales.

Sin embargo y para dar crédito a Felipe diremos que el Harvard Crimson, periódico de la escuela de Administración Pública John F. Kennedy dedicó una notita a su egresado, aclarando estos datos que aquí enuncio y congratulándose del número de influyentes egresados de la misma institución como Ellen Johnson-Sirleaf, primera mujer presidente de Liberia, o Álvaro Uribe Vélez, de Colombia.

Una por el palmarés del buen Calderón... Bon Saint!

Lo que esperamos los mexicanos más comúnes y corrientes es que en el año que pasó en Harvard haya aprendido Felipe un poco de la lógica humanista que llega a colarse por entre esos elitistas medios y que su actitud para con la patria de Juárez, sea más eficiente que cínica y más humana que la de los colegas de su alma mater estadounidense que hoy ocupan los altos rangos de la administración pública...

Interesante mezcla estudiantil la de la escuela John F. Kennedy, tributo al presidente asesinado. Me llama la atención, sobre todo, la combinación de personalidades que incluye a la presidenta de Liberia, al hoy presidente de México, ayer presidente del PAN etceterilla, etceterón... Diversidad y sentido no siempre van de la mano. Esperemos que las banderas y colores del presidente de México no dejen de ser, nunca, el verde, el blanco y el colorado... Ivy!!!!!!!!!!

Soooo beeee iiiiit!!!!!!

Mi consejo para el 2007

Revisad todos vuestro palmarés, aunque sea de pasada. No sea que se malinterpreten sus logros o que otros vean la paja que obra, de segurito, en vuestro pispireto ojillo.

Así las páginas de los gobiernos federal y estatal deberán de propugnar por no ensalzar o elogiar de más el palmarés de nuestros preciosones y preciosonas goberes...

Las compras de diciembre

Uno pensaría que el país que expulsó tres millones de migrantes, a razón de mil trabajadores por día, vive una crisis tan profunda que se le nota en el semblante... al día-día...

Pero no. El contrario, sin embargo, descontrola, aunque no sorprende. Pues hasta parecería que aumenta el poder adquisitivo de algunos mexicanos, al punto que, comparados con sus contrapartes, todavía van de gane.

Acudí con mi hija a una de esas arrolladoras baratas posnavideñas. El solo principio de comprar a una porción del precio ofrecido antes de la navidad ha convertido a las fiestas decembrinas en un performance más. El día 25 las personas abren sus paquetes, los agradecen, los muestran, como si fuesen de verdad... para luego correr, el 26, a intercambiarlos por uno o más objetos, puesto que los mismos establecimientos devalúan su mercancía a precios insólitos. Corrijo... o los inflan previo a la navidad para luego achicarlos y mantener contenta a su clientela.

En todo caso descubrí en el ritual de la venta-devolución-abaratamiento a un ejército de compradores mexicanos. Mi curiosidad se metió a sus anchas en los ires y venires de aquella nutrida y muy acicalada turba de visitantes. "Vienen de México", me aclaró la chica de los perfumes, en el momento en que comprendió que ambas hablábamos español. "No son de acá". Y asumí, sin hacer más preguntas que diferenciaba así esta señorita a los viajeros compradores de los habitantes hispanos que regularmente no acuden al mismo centro comercial.

No hay que quedarse con las conjeturas, pero la percepción, a veces, nos proporciona datos interesantes.

En la cola de Ruehl, la tienda de moda entre los californios acomodados, los compradores mostraban dos actitudes. Una la mía y la de un par de chicas anglosajonas, gemelas, por cierto, que aguardaban frenta a mí. Sufrimiento extremo por hacer las cuentas y ajustar para el suéter especialísimo que regalé a mi hija por motivo de su cumpleaños... algo que hago, literalmente, una vez al año. La otra, la de muchos de mis compatriotas que abarrotaron el establecimiento. Siete camisetas, dos sudaderas y un par de pantalones... llevaba una joven blanca y rubia, de atrás de mí, que comentaba con su novio, cual si se tratara de grandes economías, que pretendía volver al día siguiente, por más.

Bueno, bueno... en dónde quedó la crisis... Qué realidades peculiares viven estos mexicanos blancos, blanquísimos, que no se inmutan de cuanto ocurre al rededor de ellos. Supongo que celebraban, en el vaivén caprichoso de los mercados, el triunfo de su candidato... Y se esmeraban en parecer, cada vez más modernos, más casuales, más bonitos...

En el pabellón de los restaurantes el primer bocado se me atoró cuando volví a observar. En los restaurantes del mall son cocineros, meseros, garroteros, porteros los mexicanos morenos, quienes vía compañías de contratación externa conforman el lado oscuro informal de esta economía. La clientela, en cambio... eran los otros, aquellos cuya identidad queda a buen resguardo en tanto no se escuche su español, su pujadito chilango.

Y a propósito de estrenos, notamos con beneplácito la sencillez de Margarita Zavala... Quisiéramos creer que no es ella una más de estas compradoras frenéticas que se dejan ver por Fashion Valley o Beverly Plaza... No vaya luego a resultar que escala la pretensión en modas a los niveles de Marthita Sahagún que rebazó la capacidad de asombro del más acicalado...

El preludio poco glamoroso de la vida del trabajador promedio

Casi no tengo tiempo de ir de compras. Con eso no quiero decir que no sea adicta A ellas, como suele ocurrir entre quienes me rodean. Sólo que, últimamente, mi adicción se reduce a unas cuantas horas. Mis gustos, por lo general, no son caros y me he vuelto insoportablemente suburbana, al punto de que casi no salgo de mi barrio, quizás tan solo porque mi trabajo me lleva a recorrer la ciudad, literalmente, de cabo a rabo.

Mi día siete es uno sin auto. Camino cuando puedo hasta el mall de mi zona residencial. Ahí compro lo disponible. Claro, no hay que obviar que los célebres “retailers” han estudiado de pe a pa mis gustos, mis preferencias, mis obsesiones y, así, las de mis hijos de acuerdo a sus edades, sus metas, sus miedos. A todos nos gusta el algodón, según lo tienen bien previsto los productores de ropa casual y, por lo general, salvo contadas excepciones, imitamos los pasos del habitante promedio de San Diego.

Las tardes sabatinas, luego de lavar ropa y recoger la casa revuelta a- full durante la semana de andanzas, las dedicamos a beber café en Starbucks (somos adictos), a mironear las nuevas de Barnes and Noble y a aumentar de peso en Rubios, Pick up Sticks, Jamba Juice o Ben and Jerry´s. En el centro de mi realidad suburbana, reducida a un radio de no más de tres millas, el epicentro es Old Navy, y no Ruehl (¿extrañamente, dado el vecindazgo con Scripps Ranch?) desde sus orígenes la tienda donde las fantasías del mall asumen un nivel mundano, accesible en precios y, decentemente ceñidos al trabajador promedio, es decir, que todavía no exceden la cifra accesible de un gean a veinte o treinta dólares y una camisa a no más de quince o diecisiete.

En ese reducido círculo de consumo me muevo. No poseo nada de más de cien dólares. Creo que el haberme hecho adolescente en una época todavía influida por la guerra fría y el muro de Berlín me hizo consciente de que excederse en el consumo conlleva cierto dejo de inmoralidad de origen. Alguna vez trataré de explicarme –y hacerme perdonar- mis deudas de otro modo. No aquí. Aquí quiero mirar a los contrastes que se me presentaron hoy, en otro sitio, bastante alejado de mi vida cotidiana.

Ojo. No me conformo. Al conformismo que me rodea antepongo siempre una mirada crítica. No es poco común que mis hijos me escuchen lamentarme de que quienes trabajamos de 8 de la mañana a nueve de la noche (algunas horas más que el mítico sol-a-sol) apenas si ganemos para endeudarnos con un café de Starbuck´s por la mañana, un jugo de Jamba y dos o tres prendas al mes chez le retailer más barato del espectrum aceptable para las clases medias de la globalidad. Bon saint! Así es.

Hace años que me negué a mi misma la obscena práctica de comprar en Nordstrom o en Neimann Marcus y vivo totalmente ajena a la moda de Abercrombie o de Bloomingsdale´s con sus deslavados jeans a precios infamemente por encima de sus proveedores mayoristas.

Otros compradores de que se tiene noticia:

La gobernadora de Zacatecas, cuyo interés por las reinas de belleza le dio el perfecto pretexto para venir de compras a Los Angeles, con algunos de su parentela.

Los del grupo calderonista, para dar el ancho en sus nuevas posiciones y dado que el diez por ciento de sus recién estrenados salarios no mermará el poder adquisitivo al que parecen haber nacido acostumbrados.

La clase media que sueña con un programa de estado que garantice seguridad para que ellos puedan así lucir sus compras navideñas en cafés y restaurantes, sin temor alguno.

Los burócratas, desde las bases federales hasta las cúpulas del congreso... ¡Uf, al fin!

La burocracia del gobierno capitalino, incluida la cúpula lopezobradorista del gobierno legítimo juarista.

Y ahora le toca a Juárez

El manoseo juarista ha llegado a su extremo.

No me quejo nomás porque sí. Analice si no las citas, a diestra y siniestra... Que Juárez dijo, que Juárez tornó. La obsesión por Juárez cual si fuese la varita mágica de toda decisión gubernamental no sólo se ha puesto de moda sino que irrumpe desde cualquier discurso, como la verdad sine que non de la "consolidada" democracia mexicana.

Y bien... si de citar a Juárez se trata aquí les va mi cita favorita, junto a un abrazo de principios de año y la promesa de que escribiré, con más frecuencia que el año anterior.

"Libre, y para mi sagrado, es el derecho de pensar..."

Benito Pablo Juárez García

¡He/ha dicho!