Saturday, April 05, 2003

El día sin su noche

[Especial de La Ruda, a un año de que reiniciara su éxodo, sin ruda y sin rudeza.]


Dedicado a toda la gente preciosa entre la que tuve la suerte de haber existido en Zacatecas. No podría enumerarlos y hacer justicia a todos. Ninguno toma un lugar que no sea irremplazable en ese mil y pico de días con sus noches transurridos por allá...



Y dedicado a todos esos días con sus noches que, en calles como espejos, anduve Zacatecas...



Y dedicado a esa pandilla de mujeres disfrazadas de amarillo, de esas que usurpan el tiempo de los fantasmas en Comala, de esas que pobremente se autonombran madres, amigas, luchadoras, sin haber sabido jamás lo que es ser mujer, como las hijas de Lot, que resistieron a la tentación y siguieron, como las pecadoras de Comala, que sin embargo se quedaron con la Media Luna...



[Por ahí me contaron que alguien dijo que María Dolores Bolívar no vivió en Zacatecas o que nada había hecho en Zacatecas. Que María Dolores Bolívar no tenía nada que hacer en California, parándose el cuello con una Zacatecas que no la recordaba... Y yo me atreví, por unos minutos, a recordar tres periódicos, tres revistas, cuatro programas de radio y una cápsula editorial semanal, dos asesorías, tres coordinaciones, una sucursal del Fondo de Cultura Económica, cuatro casas maravillosamente acogedoras -repletas de amigos-, una campaña, unas ciento cincuenta marchas y expresiones de agravio, asistencia asidua a todas las expresiones culturales a que hubo lugar, sesenta entrevistas que incluyen a José Luis Cuevas, Hugo Hiriart, Juan Bañuelos, Sergio Pitol, Paco Ignacio Taibo II, Amparo Dávila, Huberto Bátiz, Luis Nishizawa, Vicente Rojo, Rigoberta Menchú, Los Tigres del Norte, Giorgio Upiglio, Francisco Castro Leñero, Irma Palacios, Rafael Coronel, Emilio Carballido, Manuel Felguérez, Rita Gallé, Juan Villoro,Tito Monterroso, José Agustín, René Avilés Fabila, Felipe Ehremberg, Evodio Escalante, Pedro Valtierra, Flor de María Bouhot, Pascual Buxot, Carmen Alarcón, Jesús Mayagoitia. No hace mucho alguien preguntó si María Dolores Bolívar habría realizado todo este trabajo con ayuda de la beca Fullbright o Rockefeller. ¡Pues no! Sin dinero ni becas de ninguna, hubo producción y en grande aunque los idus pretendiesen que se callara. María Múzquiz]

Dos listas...

En uno de esos impasses involuntariamente violentos que nos depara a cualquiera de nosotros la trapacería de quienes por naturaleza son trapaces, me atreví a retar a quien me increpaba con violencia.

"Tienes más enemigos que yo..." había dicho mi impopular acusador, que mantenía en la parte de atrás de su escritorio, símbolo majestuoso de su impopularidad, la efigie de la Santísima Muerte (Señora de las cosas que se obtienen a la mala).

"Puede ser..." me escuché replicar, en tono por demás airoso, yo que soy más bien devota de San Judas (el abogado de las causas perdidas). "Pero estoy segura que si hiciésemos listas de enemigos y de amigos, yo gano en ambas, porque paso más tiempo cultivando amigos que contando enemigos".

Fue, ésa, la única vez que discutimos. En general los hombres poderosos digieren mal cualquier atisbo de diálogo que los ponga, desnudos y vulnerables, frente a la verdad.

Estoy segura, sin haber concluido el ejercicio, que no me equivoqué. A los enemigos uno no los elige ni cultiva, vienen solos, aparecen en cualquier esquina, en cualquier momento, en toda empresa que iniciemos, hagamos lo que hagamos, forman pandillas, cliques, círculos de exclusividad. Urden conspiraciones, se cuidan, se acicalan, se hacen fuego unos a otros, van de a dos y de a tres por las banquetas, arrollando a su paso a los demás.

¿Enemigos? todos tenemos, muchos, de a montón, a no dudarlo. ¿Y amigos? De esos somos enteramente responsables. Hay quienes dicen, al constatar su presencia, "gracias a Dios" a quien de todos modos y en definitiva hay que agradecérselo todo. Pero no culpe nadie a Dios por los amigos que no llegó a tener, no, no, no.

Los buenos amigos, los constantes, los que se quedan, nos los ganamos con dificultad; los cultivamos, los miramos crecer, los ayudamos a ser nuestros robles, nuestras golondrinas, nuestras nostalgias musicales, nuestra historia personal, nuestras fotografías, nuestros escritos, nuestras fiestas.

Hace mucho tiempo, en la ciudad de México, luego de una desilusión "amistosa" me propuse no nombrar nunca como amigos salvo a aquellos de quienes estuviese serena y ciertamente segura de que a cabal reciprocidad me considerasen igual. Es decir, excluiría de mi lista a los amigos cómplices, a los amigos oportunistas, a los amigos de interés, a los amigos abusivos, a los amigos depredadores, a los amigos estafadores, a los amigos de paso...


Y casi nunca me falla. Y todavía no creo eso de que amigos amigos haya pocos. Los míos son muchos. Gracias a ellos he podido ser la irresponsable soñadora que soy. Como dice esa canción boliviana


"...soy sueño, soy sueño, de nada soy dueño. Soy dueño, soy dueño de todos los sueños..."


La Zacatecas que luce en mi cuello parado



No hay plazo que no se cumpla. El 23 de julio de 2002 amaneció más temprano porque esperaba a Toño Muñiz. Sabría que llegaría por el lado del callejón que daba a la tiendita donde todas las mañanas, durante los últimos 249 días había salido a esperar el periódico, cualquiera que llegara tempranito, para enterarme de las nuevas del día.

Desde el balcón, desmodorraba mis ansias. Ese día sería muy corto. Un día sin su noche, llamaba mi abuela a los días de viaje. Porque en alguna otra parte amaneceríamos una vez que partiésemos. Y mi abuela, que pasó gran parte de su vida de viaje, sabía bien lo que se siente llegar a ese momento límite que describía certera: "el día sin su noche", es decir, ese día corto que nos lanza al camino y elimina el descanso de la cama propia o, peor, el momento sereno que antecede al cerrar las puertas y revisarlo todo para irse a descansar.

Y parecería que todo estaba hecho, de tanto mirar las maletas apiladas cerca de la puerta, los últimos cacharros, listos para ponerlos en el camión de la basura, que se detuvo en mi puerta esa mañana, diez minutos completos, para mí.

Su conductor, sin preocuparle en nada el tiempo mermado a su trayecto, me despidió con calidez poniendo a mi disposición aquel enorme emblema de la cotidianidad.

Sí, sí, en mi última mañana en Zacatecas, la basura partió desde mi puerta. Imaginé que aquel empleado de limpia era el bien ataviado personaje de un cuento que detenía su carroza para mí, que digo, su fabulosa nave espacial desde la que hacía descender una escotilla, para invitarme a mí y a mis viejos cacharros a dar un paseo por sitios maravillosos.

Y al llevarse mis marcos desmontados, los útlimos libreros, la mesa turuleca que la caída del techo de la primera casa que habitamos dejó para el arrastre, cerró conmigo ese capítulo.

"Hasta luego señor..." me oí decir sin calibrar bien a bien todo este tiempo sin la dulce acechanza diaria del camión de la basura.

Y en ese trajín, como se llega a la escena bien dispuesta, apareció Toño, en el más sonriente desenfado. Llevaba gabardina y un look que no le era familiar. Nos fuimos, todo el día, a hacer la ruta que nombramos con afecto "de Guadalupe".

Toño asumía la corresponsalía de Mi Pueblo en Zacatecas. Aquella mañana lo llevaría a todos esos sitios donde se espera, "cada que llega" la anhelada publicación. ¿Y Guadalupe? Era la fundadora de esa ruta, la abre puertas serena de esa misión querida, la puntera de un equipo que dependía de la total inmersión en esa realidad insustancial que pueblan los amantes de la lectura de un buen impreso, que no son pocos, no obstante que escaseen, a menudo, los buenos impresos. Lupe pasaba el relevo a dos y debíamos ambos hacer que repuntase el etusiasmo en esa ruta mágica amorosamente trazada.

Luis (Luis de la Torre), el director de escena, miraba desde un imaginario proscenio cómo el día iniciaba su conteo hacia la nueva estapa...

En el camino largo fueron las pocas despedidas. La comisión de Derechos Humanos, El expendio de Guadalupe (esta vez me refiero al municipio, que bien podría adjudicársele a Lupe, a manera de cacica espiritual). Así, en megatour el torbellino de aquel día nos llevó del tingo al tango, en unas cuantas horas.

Cuando acordamos quedaba por llevar el colchón y la mesa a casa de John y Colette (John y Colette Lilly), cargar las cajas que guardaría Ame, llevar la llave al estacionamiento de los Torres y todo sin dejar de despedirse con Noe (Noe Rocha, conductor del noticiero vespertino en Radio Zacatecas), que oportuno pasó al aire la apertura de una corresponsalía de Mi Pueblo en Calfornia... todo a las volandas.

A eso de las seis, cuajó en mi alma la víspera pasada con Colette, sentadas ambas junto a la mesa donde después me contó John que come mientras ve la televisión. Colette había traído una botella de Huitzila a la que dimos fondo recordando, añorando, soñando.
Se vinieron de golpe las noches de vendimia, a la risa con Salvador López de Lara que se compró el sillón que me gané de premio en Imagen, el día en que se celebra la libre expresión, junto con un par de marcos, sin la foto, y las artesanías más bellas y viajadas de toda mi casa. Y Coco y Jenny y Jahir y Ame, siempre en el suelo de lozeta, rendidas, al final de cada día, desde que inició ese conteo que al fin nos trajo el día sin su noche.

Y todo terminó, como empezó. En el montón de maletas y vámonos. En la cocina de Ame recordando lo último, mientras pasaba el último café. Aquello era como una rebanada de felicidad, la última de la barra de pan que pareció que desaparecía sin ajustar el número de días que quisimos que durara.

De Luis me despedí en el estacionamiento de la Central, vía celular, parecería que nada terminaba. Y es que irme no fue tan fácil como llegar, siempre es así... y las lágrimas y el dolor me siguen afirmando que hice bien en no despedirme, lo que se dice despedirse, de casi nadie.

De camino a Coahuila todavía entraron las llamadas habituales. ¿En dónde estás, María Dolores? Y yo, como si nada, "creo que a punto de dejar Zacatecas, pero no me hagas caso, no lo sabré hasta que lea "Saltillo" desde la vantanilla de un Omnibus de México".

Y al final ni supe si pasamos por Saltillo, porque me despertaron, luego de transcurrida la noche que no fue, los vendedores de burritos de machaca, de chorizo y de papa, el calorcito del desierto de más de los noventa (o los cuarenta), cerca de la capital de Chihuahua, donde mi bisabuela Carmen (Carmen Zamacona de Terrazas), habrá difícilmente imaginado el mundo sin luz neón que se levantaba al roce de la mano que extendí para sentir el solecito de mañana, entre edificios modernos.

Con el tiempo, las despedidas se hicieron por email, por carta. Fue como insólito enterarse de que yo ya no estaba en Zacatecas. Y fue lindo sentirlo así, sin sentirlo, tan poco a poco... un día, tan ordinario aquí como allá, tuve que rechazar la invitación a la comparecencia del Turismo del Lic. Raúl Rodríguez Santoyo. Sería en la cámara de diputados.

"¡Qué lástima!", escribí, "no me es posible".

Tampoco pude reinaugurar la farmacia Galénica, ni estar presente en el homenaje que finalmente se le hizo a Amparo Dávila. En una llamada recorrí con Lidia García Zamora, paso a paso, las útlimas del mes. Vía celular supe que a John y a Colette les dieron finalmente su carta de naturalización. Todo eso era el esbozo de esta vida de hoy, donde Ame llega de Rusia y nos tomamos un café cibernético comentando las nuevas de Zacatecas, donde Raúl comenta a diario vicisitudes y lamentos desde Jerez, donde Luis se me pierde, porque es tan socarrón como el mejor de los periodistas y tan tierno como el mejor caricaturista, y yo me quedo con las ganas de ponerlo a departir en trazos con los de la mesa de junto, en La Traviatta, Rosana de mi cómplice, las dos muertas de risa.

Y no podría ni imaginar cómo era mi vida de antes de Zacatecas, de antes de Pedro Valtierra y sus preciosas fantasías de Nabuco imaginado sobre la planicie recién sembrada de Fresnillo, toda vez que la lluvia no nos deje.

Y no podría condescender con nadie que pretendiera que puedo ser y no recordar Pinos, en aquella primera búsqueda de la finca donde Amparo Dávila habría podido escribir El patio cuadrado o El huésped.

Y repaso con alegría, capaz de demoler cualquier acto impasible de guerra, como la que todavía no acabamos de vivir, cuando repaso en la pared, a la vista de una fotografía donde se rinde homenaje a Molly, aquella tarde en que por la Ventura Salazar me detuvo un amigo, familiar, risueño. "Súbete, te llevamos..." Era Rafael Coronel, a quien le debo momentos, increíbles de tan fugaces, de una amistad de tonos cósmicos que conservo en esta vida, entre mis más maravillosos tesoros.

Para mí Zacatecas, como para todos esos migrantes que la dejan sin dejarla, es ese día sin su noche congelado en mi alma.

Y mira, Ruda, que por qué este tema tan sentimental.... Te lo diré...

No existe la tizana que cure la nostalgia. No hay hierba santa que aminore los dolores del alma. No da la tierra semilla ni fruto ni raíz que dulcifique el tiempo que se pasa sin los amigos. Que amigos hay adonde uno va... pero nunca los mismos, con sus nombres queridos, con su copa en la mano y su cigarro.

"Vas a volver..., mana", me dijo John Lilly, al integrarse a la última reunión de Mi Pueblo, que comenzó en La Acrópolis y terminó en su casa. Y todavía me llega la sencillez de tan hermosas palabras. Todavía desde acá... circular trascendencia que me devuelve hasta este punto en donde ni California, a donde lo habitual se junta con lo de antes de Zacatecas, podría empezar a ser mi exilio de antes de Zacatecas. Y no es que todo empiece o termine en Zacatecas, pero María Dolores Bolívar, la que soy, nació entre toda esa gente linda que enumeré al partir, dejándole constancia al tiempo en esa despedida que escribí, a petición de Luis, y que, todavía, repasarla, me resulta muy doloroso.

Tierra en la que habré existido, o como me dijo Juan Bañuelos, con la sabiduría que nuestro encuentro en Zacatecas me regaló:

"Son las palabras las que toman una actitud, no los cuerpos. Son las palabras las que se tejen, no los vestidos; las que brillan, no las armaduras; las que retumban, no las tormentas; son las palabras, en la poesía, las que sangran, no las heridas".


Epiloguillo


Ruda, a veces, cuando el humor se esfuma porque la realidad permite que asuma el curso necesario la rabia, yo recurro a la estrategia de recordar las tardes vividas en Zacatecas capital, desde la pasadita frente al portón donde vivió el primer periodista de América Latina hasta las nieves del abue. Y no hay día en que no me lamente de no haber disfrutado más, conocido más, aprendido más de esa ciencia que es la supervivencia.

Volveré, John, ya lo creo que volveré, para buscar entre los puestos del Arroyo al merolico que me vendió corteza del Perú, esa con la que se elabora el báslamo, buena para sanar los dolores de estómago y el ansia. Tal vez en ella esté el antídoto que nos está haciendo falta, como en El menudo de Doña Cuca... ¿te acuerdas? Y ustedes y yo seremos nuevamente en Zacatecas. A varias vidas adelante puedo verlo, cósmicamente programados.

La receta:


Hay pulgas y hay petates, pero luego también existen mis pulgas y mis petates.


Paisana mía. Si la constancia no tuviese rumbo dejaría de serlo. Si la nostalgia no llevase a cuestas rostros, nombres y momentos espléndidos sería amargura estéril. Tal vez tenga razón en que no hay infusiones para cuando el alma se sume en el recuerdo. Por eso existen la música balsámica o la meditación.


La sabiduría de la lírica se nutre de tanta infinita soledad. Cuando le de por renegar de la distancia recuerde aquella sabia copla que se conmisera de quien no ha sufrido los dolores del adiós...

"Como para no estar triste si nunca nadie lloró por ti".